Hace unos días recibimos novedades sobre las fases que íbamos a ir transitando para regresar a la “normalidad”. Una normalidad o un “antes” al que ya no volveremos porque, nada volverá a ser como era pero bueno… Un regresar a la vida ahí afuera y poder pasear, sentir el sol sobre nuestra piel, el aire a nuestro alrededor, caminar sin destino ni propósito…
Sin entrar en lo que me parecen o no las fases, los timings, ni cómo se está llevando verdaderamente la situación desde que el pasado sábado ya pudimos empezar a salir, quería hoy reflexionar y compartir sobre qué supone para muchos este poder salir y volver a relacionarnos con el mundo. Creemos que todos estamos expectantes y ansiosos por salir, desesperados por abrir la puerta de casa y correr a la calle pero la verdad es que no es del todo así, no al menos en todas las casas, en todos los casos. Hay quien siente ansiedad, miedo, presión, culpa… al pensar en volver a algunas parcelas de esas vidas que no hemos podido tener durante tantas semanas.
Es algo sobre lo que he hablado con mi círculo más cercano y también con algunas de vosotras que me habéis escrito por privado para compartir conmigo cómo os sentís ante este nuevo status.
Tenemos miedo (y me incluyo). Tenemos cierto recelo a salir.
Justo el lunes lo leía también en el instagram de Eugenia Tenenbaum (muy interesante su reflexión).
Nos sentimos culpables en algunos momentos por pensar (aunque sea por milésimas de segundo) que quizá se podría retrasar un poquito más el final del confinamiento. Puede que lo pensemos con intensidad, repetidamente o a veces solo de refilón pero pensar en ello hace que otra voz interna salte y te ataque: ¿Pero cómo puedes estar pensando eso?
No tenemos muy claro querer salir a la calle porque nos asalta el miedo, la duda, la incertidumbre, la ansiedad… En casa se está bien, seguro. No hay presión, no hay prisa, estás a salvo. A salvo del mundo. Quizá algunas personas temen salir por contagiarse. Otras es un tema más social, de ritmos, de horarios, exigencias, obligaciones, compromisos… de no querer volver a todo eso, de sentirnos a veces bichos raros por disfrutar del tiempo en casa, a solas o con tus personas más cercanas. No creo que esto pueda llamarse ser antisocial (leer sobre personas altamente sensibles). Es tener otras prioridades, otra sensibilidad, otra manera de entender la vida, de querer relacionarte, de posicionarte.
Yo en casa me siento bien. Me siento “a salvo” sin las prisas y aceleración que pide la ciudad, los semáforos, los coches, la gente corriendo y pidiéndote que tu también corras; ese tener que llegar aquí o allá para una reunión, una clase, un compromiso; reuniones que se piden presenciales cuando solo nos necesitan 10 minutos en ellas, ese estar siempre fuera, arriba y abajo y corriendo; la presión que los demás nos piden sin tener en cuenta si queremos subirnos a ese barco o no; las emociones y actitudes de los demás que se propagan y contagian aunque no sea algo tuyo, el ruido, el caos y con todo ello, ansiedad instalada en el pecho.
Tenenbaum mencionaba en el post de instagram el síndrome de la cabaña, un concepto que describe y se refiere precisamente a esto.
“Cuando hablamos del síndrome de la cabaña nos referimos a un estado anímico, mental y emocional que se ha estudiado en personas que, tras pasar un tiempo en reclusión forzosa, han tenido dificultades para volver a su situación previa al confinamiento” explica Sandra Isella, psicóloga.
“Se siente miedo, incluso pánico o fobia por volver a salir a la calle; queremos quedarnos en casa, que es un lugar en el que nos sentimos seguros” explica el psicólogo Miguel Ángel Rizaldos.
“Entramos de manera repentina a esta nueva manera de vivir y concebimos nuestra casa como el lugar seguro. Ahora continúa la incertidumbre y salir a la calle supone afrontar nuevas situaciones, lo cual puede ser difícil”.
Percibimos salir a la calle como algo hostil.
En casa hemos ido a nuestro ritmo. Aunque tengamos trabajo, con entregas y reuniones por Skype que nos pidan de horarios y de compromiso, hemos podido organizarnos sin justificarnos, con mayor libertad, sin alguien esperando físicamente en un lugar. Hemos vivido sin la gran presión de lo externo. Hemos fluido más que nunca aunque fuera de puertas para adentro.
Llegar a los sitios o mantener los compromisos sociales a los que parece que estamos obligados, no ha existido durante un tiempo, todo ello ha sido congelado. “Hay que verse, hay que quedar, tenemos que relacionarnos”. Bueno, ¿y si quizá no me apetece? Esto tiene mucho que ver con lo que dice Elaine Aron en su libro “El don de la sensibilidad: las personas altamente sensibles” y con lo que me siento muy identificada. Aron habla de la elección que las personas PAS hacen sobre cómo vivir su tiempo libre, muchas veces en nuestro propio mundo y burbuja.
Yo muchas veces, cuando no había leído acerca de las PAS y no me reconocía de ese modo, me encontraba perdida, extraña, fuera de lugar, outsider, sin sentido de pertenencia e incluso con sensación de culpabilidad por preferir otras cosas que no eran lo socialmente esperado. Ahora no ha habido nada de eso de modo que nadie ha sentido que debiera justificarse o dar explicaciones.
Imagen 1 y 2: Pinterest
Imagen 3: Aiayu
Última de Lindsey Pruitt en Instagram
Quizá los que viven en el campo o en espacios más abiertos, tranquilos y en contacto con la naturaleza lo viváis y sintáis distinto. Puede que justamente por eso estéis en esos lugares y entornos, porque no queréis vivir lo que la ciudad nos da y nos quita… y aunque la adoro, me encanta y me da tantísimas cosas, siento que también me quita muchas otras y me resta energía, paz y conexión conmigo misma. Pienso muchas veces en ello y siento que necesito más de eso. Más naturaleza, más calma, menos ruido.
También nos estamos preguntando mucho sobre: ¿Qué es lo primero que queremos hacer cuando podamos salir? Lo primero que me está viniendo a la mente últimamente es el poder irme a Mallorca. Allí me siento en paz, en calma, me siento como ahora justamente necesito seguir sintiéndome. Allí no vivo las prisas ni la presión ni la aceleración ni ningún tipo de obligación social o de compromiso.
Tengo ganas de mar, de olor a sal, de pies descalzos, de vestidos, de libertad, de aire libre… Sí, claro que deseo salir pero desde la calma. Poco a poco, preservando todo lo que he logrado aquí en este tiempo y llevándolo ahí afuera. Me gusta estar en casa, elegir y preservar mis tiempos y momentos, protegerlos y priorizarme. Deseo que salir no nos arrebate lo que hemos descubierto, aprendido e integrado en este tiempo. Todos necesitamos de nuestros timings y como leía también al respecto, nadie ha de salir YA si no lo siente.
Bueno, espero que esto os sirva de algún modo. Amo y valoro la libertad y por supuesto deseo que la situación se normalice porque eso significará que el virus está controlado, que no hay más afectados… Pero creo que deberíamos revisar el estilo de vida que todos como sociedad llevamos, tan presionados siempre y demandantes unos con otros. Esto es lo que yo siento y vivo en estos momentos pero por supuesto todos lo vivimos a nuestra manera y tenemos nuestras ideas y punto de vista ante la situación.
Un abrazo,
Anna