La primera vez que entré en contacto con el yoga, no entendí nada. No sabía qué hacían las personas que estaban conmigo en aquella sala, sentadas en sus mats, cantando, meditando… Aquello no era para mí, no lo era en ese momento y me fui tras la clase sin ninguna intención de regresar.
No fue hasta pasados un par o tres de años que volví a probarlo. Tampoco conecté con la práctica y volví a irme de allí sin idea de volver.
Esos primeros momentos de relación con la práctica, fueron una vez terminada la carrera (psicología). Leía muchísimo, estaba muy vinculada a terapias holísticas y alternativas para ir hacia mi interior y lograr el bienestar y equilibrio que no lograba en mi vida, escribía a diario… pero para liberarme y dejar ir mucho de lo que había dentro de mí, iba al gimnasio y salía a correr. La verdad es que tampoco conectaba con eso pero no conocía otra cosa. El baile lo había dejado en el colegio y no me veía capaz de regresar a ello a esa edad (no tenía aún los 30 pero los prejuicios son muy malos y más cuando son con una misma, me veía mayor para volver a bailar…).
Había oído maravillas del yoga pero no tenía a nadie cercano que me lo pudiera contar en primera persona así que, lo aparté de mi vida en esa segunda toma de contacto. Lo dejé hasta que, hace 5 años, tras una crisis importante a nivel personal, dije “basta” y me puse manos a la obra buscando algo que me hiciera bien.
Recorrí todos los estudios de yoga de Barcelona, probé estilos y profesores y en esa ocasión, me quedé. Me quedé con la práctica, me quedé con el vinyasa y lo dejé pasar a mi vida para que formara parte de ella casi a diario ya por aquel entonces.
Practicaba una media de cuatro veces por semana.
Empecé con impaciencia, quería sentir YA todo lo que se decía que te proporcionaba el yoga. Aún no tenía ni idea de lo que iba, no sabía de la importancia del momento presente, del aquí y el ahora, del camino, del proceso… Pero no tardé en saberlo, conocerlo y vivirlo en mi piel.
A los seis meses empecé a notar cambios importantes en mí. Físicamente me sentía en forma igual que acudiendo al gimnasio. Estaba tonificada, me sentía con energía pero además, disminuyeron mucho mis dolores de espalda y molestias cervicales. A nivel interno, noté un cambio importante. Reconecté conmigo, llevaba años desconectada (¿quizá casi toda mi vida?) y volvía a estar en mí, a verme, sentirme y sobre todo, aceptarme. Me miraba y veía a la jovencita que estaba frente al espejo y me abrazaba, me aceptaba y me quería. Qué bonita era y qué mal me había tratado… Esto fue algo muy fuerte y potente para mí.
Los cambios internos me llevaron a cambios en mi comportamiento, en la manera no solo de relacionarme conmigo mismo sino con los demás, con el entorno, mi manera de enfrentarme a situaciones, problemas, dudas, encrucijadas de la vida… Dejé de rumiar tanto en las cosas, de preocuparme por lo que no podía controlar o influir en ello, soltaba los bucles con mayor facilidad y era capaz de ver las cosas desde fuera y tomar decisiones con más soltura, sin atormentarme ni sentir culpa.
A mi alrededor empezaron a notar también los cambios. Una de mis mejores amigas y compañera de trabajo (aún estaba en la agencia por aquel entonces) se sorprendía ante mi manera de afrontar todo. Yo era para ella la primera persona en quien podía ver los cambios que el yoga causaba. También la persona que era por aquel entonces mi pareja, vivía con asombro mi cambio y mi proceso.
El yoga me cambió la vida literalmente. Hubo un antes y un después en mí.
El yoga me ha permitido mostrarme y ser realmente quien soy. Este viaje en el que nos hayamos, el viaje de la vida, se ha vuelto agradable, hermoso, maravilloso. Soy más amable y amorosa conmigo (y por extensión, por supuesto con los demás, aunque normalmente a quién peor tratamos es a una misma). Soy más tolerante, paciente y sobre todo flexible. He llevado la flexibilidad del mat a mi vida. Justamente eso es lo bonito de la práctica. Poder llevar la experiencia fuera de la sala y mantenerla en nuestro día a día.
Equilibrio, bienestar, felicidad, una mirada más feliz, amable y positiva.
El yoga ha supuesto una gran revolución en mí y me hizo tanto bien en ese primer año de conexión definitiva que decidí seguir profundizando y hacer la formación de 200h de Vinyasa y Yin en el mismo centro donde empecé y con la misma profesora, en Zentro Urban Yoga con Kathy Páez.
Zentro siempre fue mi casa, mi hogar. Me sentía bien a diario por la práctica, por los profesores, por ese momento e instante para mí. La formación me permitió seguir abrazando e interioridad aún más la práctica y llegar a la auto práctica que antes nunca había tenido. Me daba pánico ponerme sola en casa sin saber qué hacer aunque lo logré y empecé a practicar a diario y a solas, 20 minutos al despertarme y mis clases en la escuela por la tarde. Durante años he practicado casi a diario. Han habido épocas donde he bajado el ritmo pero me mantengo en unos 4 por semana y auto práctica diaria.
Hay cosas que una vez las conoces, ya no las puedes dejar. Con el yoga me sucede eso y es que con él vuelvo a mi centro. Siempre que me siento alterada, con malestar, preocupada, desequilibrada… refuerzo mi práctica y eso me calma, me da paz mental, disminuye el estrés y me proporciona el tiempo de calidad que necesito para volver a estar bien y alejarme de bucles y preocupaciones que siempre podemos tener. Me suaviza. Es el baile de mi vida, como siempre digo. La mejor manera de transformar mi mente y mover mi cuerpo, permitir el fluir de la energía y experimentar toda esa transformación tan poderosa que nos brinda la práctica. Moviéndome, respirando, conectando… llego a ser quien realmente soy, la dejo salir, la dejo aflorar y dejo de lado los juicios, tengo compasión, me quiero y me acepto.
El yoga es volver a casa. Estar a salvo, sin juicio, exigencia, sin “to do list” ni guiones o imposiciones. El yoga es amable, fluído y permisivo.
Y sin quererlo, sin darte cuenta, te cambia tanto que tu perspectiva y comportamiento con todo y con la vida se ve afectada. Te cuestionas tu comportamiento con el entorno, tu relación con la comida, tus hábitos de consumo, tu mirada en general.
Y si le sumas la meditación, que de eso hablaré en otro post con mayor profundidad, la experiencia se vuelve extraordinaria y completa. Cuando introduje la meditación en mi vida, mi práctica de yoga se elevó a otro nivel. Pasé de vivir los minutos de meditación con estrés (me agobiaba no estarme moviendo sobre la esterilla, no podía estar ni dos segundos quieta, sentada con los ojos cerrados. Es increíble pero así era) a abrazarlos y esperarlos con ganas porque la calma que estos me dan, me cambian toda.
Todos tenemos ciertos pilares en nuestras vidas y el yoga es para mí uno de ellos, por eso, trato de extenderlo todo lo que puedo. De ahí surge, algo tan grande para mí como mi primer libro, “Yoga para equilibrar tus emociones” en el que hablo de yoga y de otras prácticas de bienestar y rituales, pero sobre todo, de emociones. De las que nos molestan y nos queremos arrancar y de las que nos elevan y queremos atraer a nuestra vida.
El yoga es vida y, ¿quién no quiere sentirse lleno de vida?
Fotografías: Sandra Rojo