Japón. Un pendiente para muchos. Para mí lo fue durante años. Un destino al que tenía claro que iría tarde o temprano y sí, llegó su momento, llegó el mío. Llegó el nuestro. Agosto 2018, 14 días en Japón. Un antes y un después en mi vida, sin duda.
Dicen que la India te cambia pero a mi me cambió Japón. Sisi, así es. Me cambió porque desde que regresé, no he dejado de revisar cosas de mi vida, de cuestionarme, de sentir necesidad de cambio en algunos aspectos… Os lo contaba ya aquí pero hay viajes y lugares, que tienen ese poder y esa fuerza.
He tardado algo más en hablaros sobre este viaje porque en el número de diciembre de Traveler, hemos publicado precisamente nuestro viaje. La portada es de Bea y en el reportaje interior, las fotos también suyas y las palabras, mías. Un honor, realmente, poder compartir algo tan bonito ahí para que todos puedan verlo. Os invito a verlo porque está más detallada la ruta que hicimos con bastantes lugares recomendados.
Nuestra ruta empezó en Tokyo donde pasamos 3 días. Es importante ubicarse en zonas cercanas a trenes del rail pass porque si compráis este bono, que os permite viajar ilimitadamente por el país durante la vigencia del ticket (los hay por semanas, sobre todo, estudiar bien para cuántos días lo necesitáis), podréis también moveros por la ciudad.
¿Qué ver y qué hacer?
- Los barrios de Omotesando y Nakameguro. Nuestros barrios preferidos por las tiendas de diseño, la estética del barrio, el ambiente… En este último barrio, está Daikanayama T -Site, que más que una librería (de Tsutsaya Books) parece una galería de arte, inmensa, preciosa, inspiradora. También Traveler’s Factory, qué preciosidad de tiendas y sus libretas personalizables son… Para llevárselas todas. Y muy cerca, un sitio muy muy pequeñito que se llama Trueberry con smoothies y recetas veganas que es de DIEZ. Me tomé un zumo delicioso, me llevé raw balls y también un sandwich raw. Súper recomendable.
En Omotesando, no podéis perderos el mejor ramen que probamos, el mío vegano, delicioso (eso sí, súper abundante) y muy bien de precio. El sitio es muy auténtico: Kyushu Jangara Ramen Harajuku.
- Shibuya y sus izakayas.
- El museo de arquitectura es muy interesante. Si conocéis un poco las construcciones japonesas, las típicas, son maravillosas y a mi me encanta el uso que hacen de la madera y como construyen con ella.
- La experiencia de desayunar sushi al lado del mercado del pescado en Tsukiji, ¡a pesar de las colas! Sushi Day es de los lugares más conocidos y está realmente delicioso. A pesar de que comer sushi a las 11 de la mañana, ¡se me hizo bastante extraño!
- Ginza para ver algunas de las tiendas emblemáticas que se encuentran en la zona. No pude perderme LeLabo, Uniqlo o Muji (esta es… ¡immensa! Con cafetería para comer o tomar algo. Tienen plantas y muchísimos otros productos que aquí no tenemos).
- Parques y santuarios. Hay bastantes, hay que elegir. Sin duda pero merecen la pena, no pasar por alto.
De Tokyo viajamos a Kyoto, desplazándonos a territorio más tradicional.
Hubieron zonas de Kyoto que, salvando las distancias, me recordaron a Brujas. Un pueblo pequeño, idílico, con unas edificaciones preciosas… pero lleno de turistas y muy preparado para ellos o el tipo de turismo masificado, cosa que no me gusta en absoluto. El casco antiguo estaba bastante concurrido por lo que, alejarse un poquito de esas zonas, es ideal. Dormimos en un ryokanm (casas típicas japonesas) con tatami en el suelo y a pesar de estar casi literalmente durmiendo en el suelo, os recomiendo la experiencia, no solo por el dormir sino por el estar en una casa típica y vivir como ellos viven.
Nos encantó alquilar bicis para recorrer la ciudad y alejarnos un poco de los turistas, además de poder llegar más lejos e incluso perdernos en callejuelas en las que no había nada más que casas particulares. Fueron preciosas las visitas al jardín Garden Shosei-en Garden, inesperado y sorprendente, un jardín de ensueño; el Templo Tō-ji que a pesar de estar algo lejos, merece la pena visitarlo así como cenar sushi en barra, rico y muy muy barato.
Kyoto también nos regaló la experiencia de cruzarnos con varias geishas, preciosas. “¿Son geishas de verdad?” Sí, lo son. Nos parecía increíble que pudiéramos estarlas viendo de verdad.
Calles en Kyoto y ryokan donde nos alojamos.
Sigue nuestro viaje y paramos en Naoshima, la famosa isla de los museos. Tuvimos serias dudas entre las varias islas que nos habían recomendado visitar pero acertamos. Arte, naturaleza todo junto en una isla muy poco concurrida, salvaje salvo en las edificaciones de los museos e instalaciones. Un verdadero oasis. Se puede dormir en la misma isla o en Uno Port, a 20 minutos en ferry de la isla. Recomiendo visitar la isla en bicicleta eléctrica para llegar a todo y ¡no morir en el intento! ¿Qué ver aquí? Benesse House, Chichu Art Museum, Art House Project y of course, la calabaza gigante de la artista Yayoi Kusama que espera a la llegada a la isla.
Detalle del alojamiento en Uno Port en nuestra visita a Naoshima
Seguimos con Takayama en plenos alpes japoneses y a donde llegamos con el rail pass a bordo del shinkansen, el medio de transporte que utilizamos durante todo el viaje. Takayama es pequeño, adorable y de fácil visita. Un día es suficiente pero si pasáis por este pequeño pueblo, no podéis dejar de ir a la aldea histórica de Shirakawago, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Una diminuta aldea con casas perfectamente conservadas que se pueden visitar y conocer.
Tras Takayama, regresamos a Tokyo para pasar dos días más y así estar en esta ciudad, un total de 5 días. Es una ciudad inmensa, no te la acabas pero creo que 5 dias, para hacerte una idea y ver bastantes cosas, está muy bien.
¿Qué más os puedo decir?
– Los onsen. Merece la pena vivir esta experiencia. Se trata de unos baños tradicionales japoneses en aguas termales naturales al aire libre. Relax y tranquilidad.
– La comida. Se come muy bien aunque para mi gusto, muy monotema (sushi, carne y ramen). En mi caso, que la única proteína animal que como en ocasiones, es el pescado, se me hizo un poco pesado. Adoro el sushi pero era too much, sinceramente. Sinceramente eché mucho de menos mi alimentación habitual que se basa en verduras, cereales y legumbres… El pescado es delicioso por lo que si coméis pescado, os resultará una maravilla y el sushi, es exquisito además de ser bastante más barato que aquí. Supongo que hay excepciones, como en todos los lugares pero no hace falta pagar muchísimo para comer bien. A nivel de platos vegetarianos, los que comimos, no fueron nada sorprendente. Los únicos que sí os diría son los dos que os dije al principio, Trueberry y el ramen en Omotesando.
Japón es un país bello, hermoso, natural. Hay zonas en las que van acelerados pero se respira calma, es como si esa velocidad no la pudieras sentir, por más que vayas sentada en un tren que recorre el país a más de 300 km/hora.
Es un país donde reina el orden, la perfección, el hacer bien las cosas, la disciplina… Y eso, te marca. Muchísimo. Todo está limpio, impoluto y todo debe hacerse como está escrito, mandado o pensado. Sin excepciones. Esto, a veces estresa. Mucho. Incluso a mi, reina del orden y la planificación pero ellos, te pueden llegar a desmontar con tanta rectitud. Algo que estando allí te puede sorprender y alterar pero que sobre todo, al volver a casa, te desmonta del todo con mucho del caos, suciedad, desorden y maneras de hacer de aquí.
Sí, Japón te toca, te estimula, te hace pensar, profundizar, divagar pero sobre todo, cuestionarte muchas cosas de la vida. Hay un antes y un después con este viaje pero solo puedo decir: Gracias Japón por darnos tanto.
Fotografías de Beatriz Janer