A veces no nos damos cuenta de ciertos patrones y comportamientos propios. Otras somos tan consientes que es maravilloso (y útil) poderlos verlo tan claramente… Yo creo que siempre he sido muy consciente respecto a mi consumo, sobre mi manera de administrar y gastar el dinero. De mi relación con el sistema y el consumo que se impone habitualmente y el que nos permitimos nosotros mismos para acabar determinando en qué gastamos nuestro sueldo.
Siempre me encantó la moda y siendo honestas (en esto creo que seguimos pecando más las mujeres), la mayoría de nosotras quiere sentirse bien con una misma, bonita… y las cosas nuevas siempre nos han dado ese plus que nos hace sentirnos especiales, por muy efímero que sea en el tiempo. Durante años gasté mi sueldo prácticamente en eso, moda. Ropa, bolsos, zapatos… Me da hasta vergüenza reconocerlo, ¡la cantidad de dinero que me habré dejado…! Para luego detenernos frente a nuestros armarios y decir: “Ufff, hoy no tengo nada que ponerme…”. Sí, así somos…
Pero al pasar los años e ir madurando, vamos enfocando nuestras necesidades, valorando lo que realmente es importante para nosotros, asentando nuestros valores y creencias, nuestra relación con el mundo, con nuestro alrededor, con los demás… y sobre todo con nosotros mismos. Nuestro sistema de valores, creencias y la relación con uno mismo creo que son la base que establece como nos comportamos y en nuestros comportamientos, está precisamente la cuestión del consumismo. Hace tiempo que reflexiono sobre esto. En voz baja, interiormente… pero cada vez más lo comento con mi círculo cercano. Es increíble como podemos llegar a cambiar y modificar estructuras que parecían tan sólidas en nosotros y os invito a una reflexión personal porque creo que es muy útil e interesante como ejercicio de autodescubrimiento, muy simple, muy sencillo pero nos ayuda a ver si somos coherentes entre lo que pensamos, sentimos y hacemos, en este caso, en algo muy particular. En mi caso, la moda ha pasado a otro plano. Desde luego que gasto dinero en ello pero de un modo más consciente y puntual. Me compro piezas importantes, significativas por su valor, por el proyecto-persona que hay detrás y por la utilidad que le voy a dar. Trato de escoger piezas especiales, singulares, únicas pero al mismo tiempo básicas para garantizar su uso a lo largo de varias temporadas y me gusta sobre todo comprar a personas. A personas con nombre y apellido, artesanos, artistas, creadores… que aman su trabajo y elaboran cada pieza (sea un jersey, un bolso o unos zapatos) con toda su pasión y dedicación. Algo que hago también con el gasto (en los últimos años importante) en cuestiones de decoración e interiorismo. Será mi pasión, será mi mentalidad, serán las influencias de libros como El arte de simplificar la vida, que aboga por un estilo de vida mucho más austero, pero cada objeto, mueble… que entra en casa, trato que sea ese que estaba esperando y deseando. Aunque tarde años en podérmelo permitir (algo que por ejemplo me sucedió con la silla “pera” de Tiretta Living). Pero aparte de simplificar y enfocar mucho más mi gasto en lo necesario, en lo esencial y en lo especial e único, lo dedico a experiencias. Algo de lo que se habla (y me siento totalmente identificada) en este artículo de Objetivo Bienestar sobre la nueva tendencia de ocio: quedarse en casa, que no significa únicamente hacerlo solo o en pareja sino con amigos, con tus personas. Tendría mucho que ver aquí creo, el tener un hogar que sea el que deseamos tener. Con los objetos y mobiliario con el que nos identificamos, cómodo, afín a nuestras necesidades, gustos y aficiones para disfrutar de ese “estar en casa”. Así lo siento, sinceramente y de ahí que gran parte de mi sueldo lo dedique a ese sentirme bien en casa.
Y por supuesto la alimentación. Cuidarse es sumamente importante y la alimentación, la base. Podría decir que es en lo que más invierto semanalmente. En comprar (en la medida de lo posible), los mejores ingredientes. Productos bio y ecológicos, locales, km.0. Productos a granel en lugares como Gra de Gràcia (sin duda mi lugar preferido para comprar los frutos secos, legumbres, semillas, cereales…), fruta y verdura en pequeñas tiendas ecológicas de barrio u otras más grandes con amplia variedad de productos como Obbio, Woki Organic o Veritas; otra muy buena alternativa es la compra de cajas de fruta y verdura semanales a grupos de consumo local como La Colmena dice que sí o agricultores que las entregan a domicilio. Producción casera de galletas o granolas, algo fácil que nos asegura lo que estamos ingiriendo. Evitar los envases (buscando alternativas a ello) y por supuesto, cuando como fuera, ir a aquellos restaurantes y cafés en los que cuidan el origen de los ingredientes, su preservación, los procesos de elaboración y por supuesto su estilo de cocina (Restaurantes veggies en Barcelona). Cuido también los productos que utilizo para la piel, la higiene… Ya que es igual de importante esto como lo que se ingiere, es algo que también estamos llevando a nuestro cuerpo y que su composición y presentación tiene que ver con el medio ambiente.
En definitiva, mi consumo está muy dedicado a ese sentirse bien. Bien con uno mismo cuidándose y cuidando a los demás ya que esto no es algo individual de uno con uno mismo sino que tratamos que los demás (sin obligaciones) se cuiden también. Un invertir en un estilo de vida acorde a unas creencias propias que nos relacionan con el mundo. Algo que hoy en día todavía es muy caro pero que espero que poco a poco se vaya regularizando y normalizando para que todos podamos apostar cada vez más por ello.
Y sobre mi reflexión de hoy respecto a en qué gastamos nuestro sueldo, ¿qué opináis? ¿Cuál es vuestro caso? Me encantará leeros. ¡Animaros!