Supongo que es cosa de una misma llevar el ritmo de vida que se lleva y no llegar quizá nunca a todo… O no llegar a cosas a las que te gustaría llegar porque cuando llegas a ellas estás demasiado exhausta como para mantener los ojos abiertos unos minutos más y leerte ese capítulo que te propusiste leer a diario. Tratas de ir más rápido para llegar antes a esa última cosa que forma parte de tu día para estar más despierta, relajada y atenta, para entender y digerir lo que estás leyendo y no simplemente pasar páginas sin atender a nada… Pero no puedes. No puedes y no sabes cómo extender, dilatar más las horas del día. Y eres ultramegaorganizada. De las más. Sí, hay cosas que hasta tu sabes/debes reconocer. Te levantas 20 minutos antes de tu hora por la mañana para tu práctica de yoga, desayuno completo con smoothie, blablabla, incluso a veces antes de ir a trabajar haces los recados posibles (dadas las horas), llegas temprano a la oficina, trabajas (mucho) y haces tus cosas. Comes en la oficina y/o alrededores y aprovechas los mediodías (cuando no te ciñes simplemente a tomar un café tranquilamente en uno de tus lugares con compañeras y amigas del trabajo) para seguir haciendo cosas (no vaya a ser que perdamos media hora). Yoga después del trabajo, compras si da tiempo, lavadoras, cena, tupper, incluso… te motivas con recetas nuevas, haces muesly (se te va la olla) a las 22.30h de la noche… música de fondo que combinas con el telediario mientras te duchas (tienes que saber cómo está el mundo), cenas mientras ves un episodio de la serie y hablas por whatssapp con tus personas, doblas la ropa que recogiste del tendedero, preparas las cosas del día siguiente, te haces la manicura… y cuando te metes en la cama… te quedas dormida. Normal. Todos lo harían. ¿Y dónde queda el slow life? Pues a veces ni yo misma lo sé…
Foto: Anna Alfaro, Oporto Marzo 2016
Sonando “Stay“, versión de Daniela Andrade