Tengo una amiga nueva…bueno, de hecho varias.
Siempre pensé (qué absurda) que llegados a una edad, dejamos de hacer amigos. Amigos de los de verdad, de esos para toda la vida. Que los que se forjaron en la escuela, quizá en la universidad, en los primeros trabajos, esos eran los buenos, los verdaderos. Pero cumplidos los 30 veo que he hecho grandes amistades, amistades que me acompañan a diario. Con un guiño, una sonrisa, un “estoy aquí”, te veo, te sigo, te quiero. Y me hace inmensamente feliz haberme cruzado con vosotras, que me sigáis en mi camino y que lo caminemos juntas, el vuestro y el mío.
Y hace unos días, una de mis nuevas amigas me decía que sólo podía imaginarme (hablando de parejas) con alguien al lado que se diera cuenta de quien realmente soy. Con mis sensibilidades, mi cuidado, mi mirada hacia las cosas y la vida, que me viera como todos los que están conmigo en mi vida me ven y que se derritiera viéndome hacer yoga, dándole esa importancia a mis clases, a mi regularidad, a la manera de cuidarme y de cuidar a los que me rodean, mi manera de expresarme, de comer, de moverme, de vivir la vida. Alguien que me abrazara literal y emocionalmente por y con todo eso. Y oírle decir esto me hizo entender cómo ella me veía y me quería. Como en poco tiempo me había conocido tanto y nos habíamos hecho indispensables en la vida de la otra, compartiendo los días, las semanas, nuestras vidas. Y doy las gracias por esos cruces, esas casualidades, esos encuentros que llegan para quedarse.
