A veces te buscas, necesitas encontrarte. Surge repentinamente esa necesidad y haces todo lo que está en tus manos por dar con eso, que sin saber que es, buscas. Te escuchas, te cuidas, te mimas, te centras en ti. En ti escuchándote y dándote lo que realmente necesitas y no lo que crees por imposiciones propias o externas.
Desde el verano pasado, he estado buscándome (y creo que algo he encontrado, por lo que estoy contenta en ese sentido). Buscando un lugar para mi, para mi calma, mi paz. Siempre me relajó leer y sobre todo escribir. Ahora, desde entonces, he necesitado algo más. Ahondar en mi para cuidarme desde dentro. Hace años probé la práctica del yoga y supongo que no estaba preparada, que mi cuerpo y mi mente, realmente no me lo pedían. Acudí a varias clases pero no di con lo que debes de dar para incorporar a tu vida este tipo de práctica.
Ahora volví a ello y en esta ocasión sí me ha atrapado. A menudo, cuando te inicias en esta práctica, supongo que como en todas, los profesores te preguntan porqué te decidiste por ello. Los motivos, totalmente personales de cada uno, pueden ser de lo más variados. La verdad es que yo buscaba varias cosas. Un poco (o mucha) de paz mental. Mi mente es un torbellino y por mucho que apriete ese inexistente botón de STOP, no logro detenerla. Sufrir menos con el estrés (parece ligado a lo anterior pero no lo es). Reducir mi dolor de cervicales y migrañas (directamente relacionados) y por supuesto, tonificar, no por ser lo último que cito, es lo menos importante (para mi). Conseguir tantas cosas con una sóla práctica, es complicado, pero confié desde un inicio que con ello podría conseguir lo que otras cosas no me dieron. Si os acordáis, hace algún tiempo, os conté mi experiencia con el running. Estuve corriendo durante aproximadamente un año pero abandoné el pasado agosto, 2014. Tomé con entusiasmo esta actividad como algo regular que formaba parte de mi vida, consiguiendo incluso mejores marcas de lo nunca esperado. Aún y eso, de algún modo era una práctica forzada (¡algo tenía que hacer para mantenerme en forma!) y como todo lo que se hace a la fuerza… tarde o temprano, cuerpo y mente, te piden parar. Dejé de correr tras las vacaciones del pasado verano. El parón de esas tres semanas libres, fue el fin de mi running. Traté de recuperarlo pero no hubo manera. Ni pies ni mente me seguían. Luché, pero la lucha (forzada), no da buenos resultados y tras ese abandono, y otras muchas inquietudes personales (algunas de las que cité arriba), me inicié en el yoga.
En un principio me pareció complicado escoger el tipo de yoga y el centro. Por suerte, Barcelona es una ciudad con múltiples opciones (en esto y en la mayoría de cosas). Leí (gracias Google) y empecé a investigar un poquito. Tenía claro que quería algo dinámico. Estuve acudiendo durante unos diez días a las clases de Bikram Yoga del centro que tienen en Pau Clarís. Aunque ya sabía qué tipo de práctica era (y en qué condiciones -se hace en una sala con una temperatura de 40 grados-) me sorprendió la temperatura y el tipo de ejercicios (duros en cuando a flexibilidad y equilibrio) que comprenden la hora y media de clase. Por suerte no tuve problemas en seguir el ritmo de las clases, supongo que la gimnasia rítmica de la infancia deja su huella en el cuerpo…. Pero sentía la necesidad de asentar mejor primero las bases y quizá más adelante, acudir puntualmente (o no) a este tipo de clases. Seguí leyendo y a raíz de la masterclass de yoga en Arc de Triomf de Oysho, a la que no pude acudir, descubrí algunos centros de Barcelona gracias al blog de la profesora Xuan-Lan que dio la clase ese día con Verónica Blume (a quién también sigo desde hace tiempo y es una fuente de ideas e inspiración). En uno de ellos, Zentro Urban Yoga, descubrí un curso de iniciación al yoga y aunque justo ya estaba apuntada en otro centro (de yoga y pilates) durante un mes de prueba, me apunté a esa introducción de yoga. Me interesaba tomar unas clases en las que la profesora pudiera explicarnos los ejercicios y corregirnos en nuestras posturas. Fue todo un acierto. Tanto sus explicaciones como la práctica, me engancharon más.
En esas primeras semanas, acudí a otro centro por recomendación de un amigo con formación en yoga. Yoga Room, con clases dinámicas. Aunque justo el día que acudí no estaba la profesora que me recomendaron (Amelie), la chica que impartió la clase, Laura, fue inspiradora y la clase me sentó de maravilla (Laura que también está en Zentro Urban). El entusiasmo que he conseguido al salir de estas clases, la tranquilidad, paz y el estado de relajación, además de sentirme bien mientras hago los ejercicios, es algo que no sentía en tiempo y que se ha ido asentando en mi desde el pasado septiembre (no siempre, por supuesto).
Ahora que llevo varios meses acudiendo regularmente cada semana a Zentro Urban Yoga (me decidí por este centro y estoy más que encantada, por el lugar, sus profesores, el trato tan personal…) he de deciros que esto del yoga sí produce todos esos cambios que se describen a menudo en artículos de salud y bienestar.
El equilibrio, la elasticidad… Me sienta bien. Potenciar eso y muchos más aspectos que se trabajan en el yoga, beneficia. Dejarse llevar por la clase y dejar la mente en aquel espacio, tratando de controlar que no vuele fuera de ella (muchas veces imposible, por supuesto). Me siento mucho más tranquila, relajada. Se produce el cambio.
Si alguna vez habéis dudado en probarlo… os animo a que le déis una oportunidad (de varias clases); las primeras siempre son duras y hay que dejar que el cuerpo y la mente vayan acostumbrándose a ellas.
Un abrazo,
.
Imagen de mi galería de Pinterest