Los sábados son mi día preferido. Todo abierto y tu por la vida disfrutando de cuánto te apetezca (y el bolsillo permita). Despertarte sin despertador, desayunar con calma en la mesa grande, repleta de ingredientes, café, té, revistas y periódicos, leyendo y comiendo tranquilamente… Decides con calma qué te pondrás y te vistes despacio, cuidando cada detalle. Abrochas los botones de la blusa con parsimonia, como si cada botón fuera algo a lo que atender cuidadosamente.
Los viernes también son buenos días. Las ansias por la llegada del fin de semana, ese frenesí, esa alegría, esa fuerza por terminar las cosas y empezar a comerte el mundo durante tu tiempo libre.
También son una maravilla esos días entre semana que son festivos. Festivos porqué es la Segunda Pascua u otras festividades que no tienes para nada controladas. Un miércoles que te permite un riquísimo break de todo. También los días personales de los que dispones en el trabajo. Ese día que como únicamente lo disfrutas tu, lo dedicas enteramente a tus cosas (o recados que no puedes hacer habitualmente), manejándote con calma, sin prisas y viviendo ese día laboral, a tu antojo.
Y los domingos. Domingos de brunch o de pollo a l’ast. Siestas que saboreas como si no hubiera mañana, exprimiendo los minutos porqué es la última siesta hasta como mínimo dentro de 5-6 días. Domingos de cenas ricas para compensar la pena del mañana-lunes, con películas que la acompañan y hacen que olvides que mañana SÍ suena el despertador.
¿Y el vuestro? ¿Con cuál os quedáis?