Tardes libres debido a horarios intensivos, son el regalo que todos deseamos para antes de las vacaciones. Muchas empresas los ofrecen a sus trabajadores y cuando anuncian que este año, podremos disfrutar de ellos, se nos iluminan los ojitos y agradecemos y sonreímos por todo. Entonces la cabeza, a mil por hora, empieza a distribuir el tiempo. Queremos exprimir al máximo (algunos al menos) y muy rápido está todo al completo.
Quince días nos separan de las ansiadas vacaciones de verano y esos quince días disfrutaremos de tardes “eternas” (que así se antojan cuando durante el año no las tenemos). Para los “ansias” como yo, antes de tenerlas ya estamos pensando qué haremos (el inevitable “cuento de la lechera”) pero como el cuento, es inevitable. ¿Qué haré? Y entonces quieres aprovechar al máximo y en este querer y poder se cruzan fueras contrarias. El sueño empuja a la siesta pero el deseo por el sol, la calle, las terracitas… te empuja hacia la calle y entonces te encuentras, enfrentado a motivos tratando decidir qué es lo mejor.
Al final son quince días, quince días previos a las vacaciones por lo que el tiempo, esta vez sí, va a nuestro favor.
Comer en casa en la terracita (si aguantas hasta cerca de las cuatro de la tarde)
Siesta breve para no pasarte la tarde libre metida en cama
Redes sociales (loca, sí, así estás)
Escribes, lees, te tumbas en el sofá
Sales a hacer un café y/o caña por el barrio
Compras fruta tranquilamente
Encargas cositas online (tiempo = más gasto asegurado)
Paseas por la playa
Cenas en una terracita
Y ves la serie adorada, punto final para cerrar el día.
Si la lista va de obligaciones…
Vas al banco esa tarde que está abierto
Acudes al médico que siempre dejas para días libres de trabajo, aunque no estés enfermo
Arreglas papeleos varios que tienen tu mismo horario de oficina
Encargos aburridos que no apetecen pero que se deben hacer
A disfrutar del veranito, intensivas o no, sigue siendo verano!